La reforma laboral de Milei: flexibilizar para disciplinar
por Silvia Abaca
La reforma laboral que impulsa Javier Milei no busca crear empleo, sino redefinir las relaciones de poder entre el capital y el trabajo. Detrás del discurso modernizador, se esconde un intento de disciplinar al movimiento obrero y desarticular la base social del peronismo, en un contexto donde apenas la mitad de los trabajadores está formalmente registrada.
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Por estos días, el gobierno de Javier Milei impulsa una profunda reforma laboral que, bajo el argumento de “modernizar el mercado laboral”, busca alterar pilares históricos de la relación entre capital y trabajo en la Argentina. El discurso oficial promete que la flexibilización generará empleo y dinamizará la economía. Pero detrás de ese relato liberal se esconde otra intención: debilitar la base social y política del peronismo.
La experiencia argentina y latinoamericana es contundente. Cada vez que se avanzó en flexibilizar las leyes laborales, no se crearon nuevos puestos de trabajo, sino que se precarizaron los existentes. Las empresas no contratan más porque haya menos derechos, sino cuando hay mayor consumo, inversión y crecimiento. Quitar indemnizaciones, limitar la acción sindical o promover contratos temporales no estimula la producción: abarata el despido y debilita la organización colectiva.
Y todo esto ocurre a pesar de que los trabajadores “en blanco” representan hoy apenas la mitad de la fuerza laboral del país. Es decir, el problema del empleo no radica en los costos laborales o las regulaciones, sino en un modelo económico que excluye a la mitad de los argentinos del trabajo formal. La reforma, lejos de integrar, profundiza la fragmentación.
El objetivo político de fondo, es claro. La estructura sindical argentina, con sus convenios colectivos y su historia de luchas, constituye uno de los últimos bastiones del poder popular. Desarticularla implica avanzar sobre el núcleo del movimiento obrero organizado, el mismo que dio sustento al peronismo desde mediados del siglo XX. Por eso, la reforma no es solo económica: es un intento de disciplinamiento social.
Sin embargo, también es necesario reconocer que una parte del sindicalismo argentino llega a esta coyuntura debilitada por sus propias contradicciones. Dirigentes enquistados, estructuras burocratizadas y una distancia creciente entre las cúpulas y las bases han erosionado la legitimidad de la representación obrera. En muchos casos, la falta de renovación, la comodidad del poder corporativo y la ausencia de una estrategia política transformadora facilitaron el avance de la ofensiva neoliberal.
En lugar de anticiparse y organizar una defensa colectiva, gran parte del movimiento sindical se replegó en la negociación sectorial, abandonando la disputa por un modelo de país.
Milei promete “liberar” las fuerzas del mercado, pero en los hechos busca liberar al capital de toda obligación social. Su programa no crea empleo: lo fragmenta. No promueve derechos: los recorta. Y no moderniza las relaciones laborales: retrocede un siglo en conquistas que fueron el fruto de la lucha obrera.
Nadie niega que no haya que modernizar las relaciones laborales y el concepto de trabajo a la luz de los avances producidos en lo que va de este siglo. Hace falta incorporar nuevos actores, actualizar convenios, incluir las nuevas tecnologías, incluir a los que están en la informalidad, que cada vez son más. Pero la reforma laboral planteada desde algunos voceros oficiales y no tanto, no es un instrumento de desarrollo. Es una herramienta de reconfiguración del poder, que intenta quebrar la columna vertebral del movimiento popular argentino: el trabajador con derechos, organizado y consciente de su fuerza. Pero también es un llamado de atención para el propio movimiento obrero: sin renovación, sin participación real y sin proyecto colectivo, la defensa de los derechos conquistados se vuelve cada vez más difícil. No hay reforma que pueda reemplazar a la organización, pero si puede intentar quebrarla, porque se sigue partiendo de la premisa que la organización de los trabajadores es la enemiga del capital concentrado. Premisa que, en más de un siglo de avances sociales, políticos, científicos, económicos y tecnológicos sigue más vigente que nunca.















