@Jorge_Elbaum para @Pagina12
Aunque pretenda ocultarse del debate público, los purpurados se abocarán a la colisión entre las dos concepciones del mundo que se disputan la hegemonía actual. Por un lado, la expresada por el viejo orden global, que Francisco se encargó de denunciar cuando denostaba a la teología de la prosperidad, que, de forma directa o velada, abona el capitalismo salvaje, el eurocentrismo, los supremacismos, la islamofobia, la xenofobia y la degradación medioambiental. El modelo conservador procurará –con sus obispos ligados al Departamento de Estado– conseguir el aval para darle continuidad al festival impúdico de la acumulación de riquezas a casta de su contraparte, la precariedad, la marginalidad y la injusticia social.
La otra vía, la que Francisco intentó propagar, abona un paradigma multipolar, respetuoso de los migrantes, los pueblos originarios, los grupos vulnerables y los pueblos sojuzgados. Este modelo considera al trabajo como el pilar constitutivo de la dignidad humana, razón por la cual la Iglesia más poderosa del mundo –en términos económicos–, la estadounidense, se encuentra abocada a impedir la continuación del legado franciscano. Esa cruzada tiene como objeto primordial brindarles un aval eclesial a las políticas antiinmigratorias de Donald Trump y de las ultraderechas europeas y limitar las defensas del Vaticano a los programas de reducción del efecto invernadero.
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En una charla TED brindada por Francisco en 2017, subrayó que “Basta un solo hombre para que haya esperanza, y este hombre puedes ser tú. Después, otro ´tú´, y otro ´tú´, y entonces somos ´nosotros´. Y cuando hay un ´nosotros´… ¿Comienza la esperanza? No, ya ha comenzado con el ´tú´. Cuando hay un ´nosotros´…, ahí comienza una revolución”.