Rompé lo que quieras. Tirame abajo desde la profundidad de tu impotencia convertida en odio. Arrancá lo que quieras con tus uñas de oro, sucias de desagüe y niebla. No te va a alcanzar la desesperación para enfrentar la imagen de lo que fui. Ya soy tu fantasma, aunque insistas en impugnar las piedritas de emancipación que puse en cada letra.
Te generó repulsión porque exhibo el amor en varias de sus formas y vos sos la náusea del tiempo materializado, la crueldad vestida de patíbulo.
Los vientos de la meseta patagónica no dejan de advertirte sobre la gran mancha de sudor que se esparce por la tierra donde viví. Esa superficie puede serte funesta. Es un suelo de silencios que trozan tu rostro. Un territorio que empieza a indagar la superficie por donde seccionar el espejo de tu risa mórbida. Ahí verás el gesto de las lombrices encargadas de acuchillar tu cielo.
Nunca te descuartizarán un monumento con tu gesto. Simplemente porque nunca te construirán uno. Tus huellas marcarán la señal de Caín y girarán como cóndores frente a tu semblante. Serás presa de un futuro inmediato, azuzado por los vientos ancestrales de huelguistas que te gritarán consignas en la penumbra. La arcilla te tapará los ojos y una marcha de Madres te decretarán abismos.
Te advierto que las heces del tiempo serán tu morada y te emparentarás con el minuto último de Jorge Rafael Videla: la tirria huracanada volcará su bilis en tus ojos y para cuando eso suceda, mi expresión ácrata silbará su eco solidario, cargado de generosidad, libertad y empatía. Ese sonido será, cual profecía, mi réplica y mi gesto más glorioso.
Nota homenaje: Jorge Elbaun